lunes, 24 de agosto de 2009

A distribución do "Comercio Xusto " a debate

El aumento de ventas de artículos 'solidarios' ha mejorado la vida de millones de productores de países pobres - Su crecimiento le obliga ahora a definirse ante la tentación de un éxito más material.

Hay quien coloca su origen en iniciativas católicas de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado. Y también quien lo retrasa a los sesenta y setenta o, tal y como se conoce hoy el comercio justo, hasta los ochenta. Sea como sea, mucho ha cambiado desde entonces esta iniciativa que intenta que los pequeños productores de los países pobres alcancen unas condiciones de trabajo dignas y posibilidades de desarrollo colocando en el mercado sus artículos a un precio justo. Aunque sólo sea por su crecimiento exponencial.


Sus ventas en todo el mundo se han multiplicado por más de tres de 2004 a 2008, desde los 832 millones de euros hasta los 2.900, según las cifras de productos certificados por la Organización del Sello de Comercio Justo (FLO, en sus siglas en inglés). Unas cifras que pueden quedarse cortas, ya que es la principal organización del mundo, pero no la única. En cualquier caso, vinculados al sello FLO hay 1,5 millones de trabajadores en los países del Sur, con lo que se calcula que han mejorado las condiciones de vida de 7,5 millones de personas.

Venden sobre todo café, cacao, té, azúcar, fruta o algodón; en los últimos años, la artesanía se ha estancado. Unas ventas que necesitan de la complicidad de compradores concienciados de países ricos, ya que, como explicaría Perogrullo, estos productos son más caros que los injustos. Más de dos tercios de sus consumidores están en Europa.

Puede que no haya dejado de ser el chocolate del loro dentro del volumen del comercio internacional, pero ha alcanzado el tamaño suficiente como para marcar un punto de inflexión dentro del movimiento, en el que unos proponen detenerse un momento para no perder un ápice de los valores originales de lucha contra unas estructuras injustas, y otros que quieren seguir aumentando las ventas todo lo posible para ayudar al mayor número de productores, imbricando el comercio justo en los esquemas tradicionales imperantes, esto es, vendiendo en grandes supermercados, o que las grandes compañías empiecen, presionados por los consumidores, a ofrecer productos justos.

Esto implica muchas veces, además, que entren en este tipo de comercio grandes plantaciones que son las que realmente pueden responder a un gran aumento de demanda, dejando fuera a los pequeños. "El comercio justo nació para que los pequeños productores del Sur pudiéramos acceder al mercado. Y es verdad, somos pequeños y lentos, no tenemos una respuesta rápida", reconoce Jan Bernhard, directivo de la Asociación de Pequeños Productores de Tongorrape, en Perú.

El comercio solidario ha marcado un gran cambio al introducir criterios éticos en el desalmado comercio internacional. Ya no se trata sólo de cuánto cuesta, cuánto necesito o cuánto me gusta algo, sino de si alguien ha sido explotado para producirlo. Pero la ética y las posturas solidarias se suelen encontrar siempre con un mismo dilema, entre lo ideal -¿cómo deberían ser las cosas?- y lo posible -¿qué podemos hacer con lo que tenemos para mejorar la situación?-. Un dilema en el que se encuentra hoy inmerso el comercio justo.

En España, aunque con crecimientos significativos (ha aumentado un 50% entre 2004 y 2007, hasta los 17,2 millones de euros, según el anuario de comercio justo de la ONG Setem), las cifras son aún modestas si se comparan con otros países como Reino Unido (880 millones), EE UU (757) o Francia (255). En el actual contexto de crisis económica, Rafael Sanchís, de Intermón Oxfam, se da con un canto en los dientes por mantener las ventas, pero admite que en España aún se desconoce qué es el comercio justo (un 28% de la población lo sabe, frente a un 90% en Reino Unido).

Sin embargo, el debate está muy presente. Nadie cuestiona los principios básicos: al precio razonable súmesele el respeto al medio ambiente, el apoyo preferente a comunidades marginadas, la mejora de las condiciones laborales y sociales, en definitiva, que el comercio internacional sea un poco más justo y que los que peor están vivan algo mejor. Pero el informe de Setem de 2008 divide a las importadoras españolas en dos categorías.

La primera, a la que responde la mayoría, es la que mira el comercio justo de una manera "conciliadora con el modelo económico en el que vivimos", los que quiere vender cuanto más mejor, que suele conllevar la necesidad de certificación, de centrarse en productos con buena salida en los países ricos y llegar a la gran distribución. La segunda sería la de los que entienden este comercio "como una herramienta de transformación social", con un componente más político y combativo con las actuales estructuras y que, bajo el lema de la soberanía alimentaria, no importan productos del Sur que haya en el Norte e intentan reforzar los mercados del Sur para que no tengan que depender de la demanda de los países ricos.

Se puede decir que Intermón, una de las principales importadoras, está en la primera, y Sodepaz, mucho más modesta, en la segunda. Rafael Sanchís, de Intermón, apuesta porque sean las empresas privadas las que se acaben encargando de la distribución de estos artículos, asumiendo, claro está, sus principios. "En el futuro no será una cosa de ONG, sino de la empresa privada", dice Rafael Sanchís. Según los cálculos de Intermón, "si África, Asia oriental, Asia meridional y Latinoamérica aumentaran su cuota de exportaciones mundiales en un 1%, los beneficios generados supondrían cinco veces la cantidad que reciben en concepto de ayuda y sacarían de la pobreza a 128 millones de personas".

"Debemos aborrecer la idea de que vender más es mejor", dice, por supuesto en el otro lado del debate, Federica Carraro, de Sodepaz. Se queja de que se están aplicando al comercio justo "las reglas del mercado neoliberal". No quiere oír hablar de comercio justo en grandes superficies, las mismas que "promocionan la deslocalización de la producción, destruyen la actividad económica y el tejido comercial local, crean empleos temporales y de baja calidad". "Se empieza cediendo un poco y se acaba... Muchos nos cuestionamos si es válido que las grandes transnacionales estén dentro del comercio justo, si debe tenerlo Starbucks cuando en realidad es mínimo lo que ofrecen", señala el profesor de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México Pablo Pérez Akaki.

Así, grandes supermercados, empresas del negocio internacional, plantaciones agrícolas, autoridades públicas o multinacionales de la alimentación han entrado en la escena. Tanto Carraro como Pérez Akaki se quejan de la confusión que puede crear en el consumidor esa enorme variedad bajo el mismo paraguas, cuando algunas de las grandes empresas sólo están "lavando su imagen".

En el centro de ese paraguas está el principal certificador del modelo, la Organización del Sello de Comercio Justo (FLO), aunque el escenario de las certificaciones está creciendo -junto a ella, la principal es la Asociación Internacional de Organizaciones de Comercio Justo, que certifican organizaciones y no productos-.

Pablo Cabrera, director del sello FLO en España, explica que están presentes en 22 países y representan a 600 organizaciones. Sale al paso de las críticas. Por ejemplo, dice que en los últimos años se ha abierto la organización a los productores, que antes apenas estaban representados. Defiende que el sello garantiza que parte de los beneficios se reinvierten en mejoras sociales para las comunidades, y que se mantienen unos criterios para los pequeños y otros para mejorar las condiciones de trabajadores asalariados en grandes plantaciones -las grandes extensiones de café tienen vetado el sello, asegura-.

Admite que quizá el sistema que propone no es "el perfecto", pero sostiene que es el mejor de los posibles, aunque haya que mejorar. Y reconoce que, por el volumen, sería extremadamente complejo negociar con los productores un precio sobre los costes de producción, como proponen muchas voces, en lugar de garantizar un precio mínimo.

Según un estudio de 2007 del instituto estadounidense Food First, a pesar de que este precio mínimo "ha sido un salvavidas durante la crisis del café, pero como nunca se ha visto vinculado a los costes de producción o de vida, es cada vez menos eficaz para garantizar las prestaciones sociales", aunque es cierto que con el cultivo convencional "perderían más dinero".

Precisamente, una de las asignaturas pendientes que señala el informe de Setem es el seguimiento del impacto real que tiene el comercio solidario en las comunidades del Sur. El Instituto Adam Smith, un centro de reflexión conservador británico, publicó el año pasado un estudio en el que acusaba a este modelo de comercio de distorsionar el mercado para ayudar a unos pocos y dejar a la mayoría en una situación aún peor. Además, aseguraba que sólo el 10% del sobreprecio que pagan los consumidores llega al productor. El caso es que, más allá de las críticas desde posiciones conservadoras, a los importadores de comercio justo también les preocupa reducir al mínimo los intermediarios entre el productor y el consumidor, pero difícilmente se va a poder llevar el algodón desde Malí hasta España, por ejemplo, sin un barco.

Dos cuestiones son aquí fundamentales para Federica Carraro. La primera, no importar cosas que ya haya en el país de destino y fomentar el autoconsumo y el comercio justo dentro de los países pobres, si es necesario con acuerdos entre productores a través del trueque. La concentración del grueso de los productos de comercio justo en el mercado de materias primas -de la alimentación y éste, a su vez, en el café- que luego son elaborados en el Norte contribuye a mantener el modelo agroexportador y de monocultivo, y dificulta su seguridad alimentaria, asegura.

Pablo Cabrera, del sello FLO, sobre el estudio del Instituto Adam Smith recuerda que, aunque creciente, el volumen del comercio justo aún no da para desestabilizar ningún mercado. Y, en cualquier caso, sirve para "dejar en evidencia las prácticas injustas del comercio internacional". Y Rafael Sanchís, de Intermón, aclara que no se puede obligar a los productores a que hagan lo que quieren las organizaciones del Norte.

El profesor Pérez Akaki, de la UNAM, sostiene que, hasta el momento, el comercio justo es la mejor solución que se ha encontrado para los pequeños productores de los países pobres. Sin embargo, cree que se deben "buscar canales solidarios, mantener unos valores firmes, y buscar los nichos específicos", esto es, en lugar de crecer yendo en busca de los consumidores en los grandes canales de distribución, ir aumentando la base de los consumidores concienciados, lo que tendrá un impacto más duradero. "Aunque entiendo la presión que pueden tener de los propios productores para llegar por el otro camino", añade. Porque lo cierto es que cualquier pequeño productor de un país del Sur puede estar pensando ahora mismo que lo que él necesita es mejorar su vida en este momento, no a largo plazo. "Los productores quieren acceder al mercado de una manera más grande; lo tienen clarísimo", dice Rafael Sanchís, de Intermón.

No todos. Jan Bernhard, cofundador y directivo durante cuatro años de la Coordinadora Latinoamericana y del Caribe de Pequeños Productores de Comercio Justo (CLAC, la más importante junto a la africana AFN y la asiática NAP), es un firme defensor "de la visión y misión original del comercio justo, bajo los principios de transparencia, solidaridad y equidad". Bernhard se queja del aterrizaje en el movimiento "de los grandes tiburones", es decir, los grandes proveedores. Y de la entrada de grandes plantaciones de Brasil o de Suráfrica. "¿Qué tiene que ver eso con el comercio justo?", se pregunta. Y asegura que para que el modelo funcione para los pequeños, la oferta se tiene que mantener por debajo de la demanda. Mejorar las condiciones de trabajo de los asalariados de grandes plantaciones "está muy bien, pero eso no es comercio justo", asegura.

Desde el punto de vista del consumidor, no del grueso desavisado, sino del que está más o menos concienciado, la pregunta sería si está dispuesto a renunciar a unos esquemas de privilegios del Norte que son, en el fondo, los que le permiten comprar un poco más caros los productos de comercio justo que le hacen sentir un poco mejor, recuerda Federica Carraro. Como en todo movimiento solidario, hay muchos niveles de compromiso, hay contradicciones y cada persona, al final, es la que elige dentro de una escala de grises. Carraro, en su libro El rompecabezas de la equidad (firmado junto a Rodrigo Fernández y José Verdú), define el comercio justo como un oxímoron. Un oxímoron es una figura retórica que se produce cuando se unen dos palabras de significado opuesto, como en un silencio atronador, por tanto, una contradicción. Pero al unir las dos palabras, dice el diccionario, se puede crear un significado nuevo.

Las cifras del mercado solidario

- Ventas. Se han multiplicado por tres en todo el mundo de 2004 a 2008, pasando de los 832 millones a los 2.900. En España ha aumentado un 50% en ese periodo y se facturan 17,2 millones de euros.

- Mejoras. Los datos de la organización del sello certificador FLO muestran que más de siete millones de personas han mejorado sus condiciones de vida.

- Conocimiento. En España sólo un 28% de la población conoce el comercio justo, frente al 90% de los británicos que saben de qué se trata.

INFORME: El Comercio Justo en España 2008

Entrevista al Dr. Gilles-Eric Séralini, experto de la Comisión Europea en transgénicosTengo 49 años. Nací en Argelia y vivo en Caen (Francia), donde s

FUENTE: REAS ( Economia solidaria )


Tengo 49 años. Nací en Argelia y vivo en Caen (Francia), donde soy catedrático de Biología Molecular. Estoy casado y tengo dos hijos. Me preocupan el medio ambiente y la salud a largo plazo, soy especialista en toxicidad de variedades transgénicas y herbicidas. Soy cristiano.

¿Es usted un radical de lo natural?

En absoluto, pero mi profesión es la investigación en biología molecular, cómo se hacen los organismos genéticamente modificados (OGM) y qué efectos tienen en la salud cuando los ingerimos.

¿Y?

Sabemos que el cáncer, las enfermedades hormonales, metabólicas, inmunitarias, nerviosas y reproductivas están relacionadas con los agentes químicos que contienen.

¿Cuántos tipos de transgénicos hay?

Soja, maíz, algodón y colza. Las semillas llevan incorporado el veneno para los insectos. Las de maíz y soja contienen Roundup, el mayor herbicida del mundo.

¿Hay muchos alimentos que contengan soja o maíz?

Sí, todos los que contienen por ejemplo azúcar de maíz (sodas, bebidas de cola, pastelería, salsas, bombones, caramelos, chocolate...). Y los animales que nos comemos que han sido alimentados con maíz transgénico (pollo, vaca, conejo, cerdo, leche, huevos...).

¿En qué dosis son peligrosos?

No lo sabemos, porque no se han hecho los test adecuados; sólo sabemos que nos hacen daño a largo plazo. En general, impiden que los órganos y las células funcionen bien.

Pero se han hecho test con ratas.

Sí, pero los resultados son confidenciales.

¡Pero qué dice!

Anormal, ¿verdad?... Hay que pedir a los gobiernos de Europa que hagan públicos estos análisis; y, cuando lo hagan, muchos debates ya no tendrán sentido porque serán evidentes los efectos de los OGM. Yo soy uno de los cuatro expertos que han trabajado para la Unión Europea en el conflicto que se debate en el marco de la Organización Mundial del Comercio entre Estados Unidos y Europa para etiquetar los OGM.

¿Europa es reticente a los OGM?

La UE ha pedido los resultados de las pruebas a las compañías para aceptar o no la comercialización de estos productos, pero las compañías dicen que son confidenciales, cuando según la ley de la UE deberían ser públicos. Ya hemos ganado algún juicio contra Monsanto demostrando los efectos nocivos de los OGM que pudimos analizar.

Cuénteme.

Para saber si los OGM son tóxicos, se hacen los mismos test en todo el planeta; se les da a las ratas dos dosis de maíz transgénico durante tres meses y se les hacen dos análisis de sangre, a las cinco semanas y a los tres meses. Los resultados fueron: aumento de grasa en sangre (del 20% al 40%), de azúcar (10%), desajustes urinarios, problemas de riñones y de hígado, precisamente los órganos de desintoxicación.

Suena fatal.

En España hay 100.000 hectáreas dedicadas al cultivo de maíz transgénico (casi todo en Catalunya), es la puerta de entrada de los OGM a Europa.

Usted también ha realizado investigaciones recientemente.

Sí, sobre los efectos del Roundup (el mayor pesticida del mundo, utilizado en tres cuartos de los transgénicos) en células humanas: directamente las mata.

Eso es grave.

Los expertos pedimos dos años de test sobre animales en laboratorio, tal como se hace con los medicamentos; pero entonces los OGM no son rentables. Hay un gran combate político y económico sobre este tema, y hay que decírselo a la gente: no nos permiten ver esos análisis de sangre ni conseguimos hacer el test más allá de tres meses. Esto es un escándalo escondido por las grandes compañías.

¿Tan poderosas son estas empresas que los gobiernos no puede detenerlas?

Es el mayor desafío financiero que jamás ha existido. Hay cuatro plantas que alimentan al mundo a nivel intensivo: soja, maíz, arroz y trigo. Las compañías registran patentes sobre las plantas de estos alimentos gracias a los OGM. Quien tenga las patentes y cobre royaltis cada vez que alguien las coma o cultive en el planeta será el rey del mundo; por eso las grandes empresas farmacéuticas han empezado a hacer OGM.

Qué miedo.

Las ocho mayores compañías farmacéuticas son las ocho mayores compañías de pesticidas y de OGM. Monsanto tiene el 80% de la biotecnología del mundo.

¿Y por qué lo permiten los gobiernos?

Hace quince años, todos los gobiernos de los países industrializados apostaron en el desarrollo de la industria de la biotecnología, donde se ha invertido mucho dinero público. Los gobiernos saben que hay problemas con los OGM, pero si consiguen y publican los resultados de los análisis, resultará que todo lo autorizado hasta el momento ha sido un error de graves consecuencias.

... Lo que hundiría cualquier gobierno.

Exacto. Aun así, jamás un OGM ha sido autorizado por los ministros de Medio Ambiente de Europa.

¿Por qué los científicos no presionan?

Ni siquiera uno de cada 10.000 tiene acceso a los datos. Yo hace nueve años que leo todos los informes europeos y americanos de controles sanitarios de OGM, y los únicos que hacen test son las propias compañías.

Usted los hace.

Pocos, son carísimos. Se debería exigir a las compañías que los análisis los realizaran universidades públicas en lugar de las empresas privadas a sueldo de las compañías.

Información secreta

Ha venido invitado por la plataforma Som lo que Sembrem y dice que urge presionar a los gobiernos a que exijan a las compañías productoras de transgénicos que se hagan públicos los estudios de los efectos que estos alimentos tienen en la salud: "No es posible alimentar al mundo con un producto que sólo se ha probado tres meses en ratas y cuyos análisis de sangre son secretos". ¿Tiene autoridad o es un loco de lo natural?... Preside el consejo científico del Comité de Recherche et d´Information Indépendantes sur le Génie Génétique (Criigen). Durante nueve años trabajó para el Gobierno francés evaluando los efectos de los transgénicos en la salud. Ahora lo hace para la Comisión Europea.

Fuente: La Vanguardia (IMA SANCHÍS) Publicado el 8 de abril de 2009.

viernes, 21 de agosto de 2009

jueves, 20 de agosto de 2009

La cría de gallinas ecológicas aporta mayor seguridad alimentaria

INFORMA:

Casas rurales en Navarra


La cría de gallinas ecológicas

aporta mayor seguridad alimentaria

Queda zanjada la polémica sobre las gallinas ponedoras: la cría ecológica contribuye a una menor resistencia a los antibióticos.



¿Es la cría ecológica de animales realmente mejor que la cría en batería? ¿O la cría de “gallinas felices” implica una mayor incidencia de agentes patógenos en huevos y poblaciones de gallinas?

Los higienistas de la Universidad Técnica de Múnich (TUM) han resuelto por fin esta polémica: gallinas y huevos provenientes de granjas ecológicas no contienen mayor cantidad de bacterias que las provenientes de granjas convencionales. Es más, las bacterias detectadas en la cría ecológica muestran mucha menor resistencia a los antibióticos, lo que implica un verdadero beneficio para la salud del consumidor.




La cuestión sobre qué método de cría de gallinas ponedoras es más idóneo ha sido el centro de un acalorado debate durante muchos años. Los defensores de los métodos de cría ecológica afirman que éstos son más respetuosos con los animales, ya que permite a las gallinas cierta libertad que les es negada con el método de cría en batería, como es el hecho de poder rascarse y pasear libremente. Además, el uso limitado de medicamentos en las granjas ecológicas se supone que debería dar como resultado una menor resistencia a los antibióticos en comparación con la cría convencional. Desde el punto de vista del consumidor, la impresión generalizada es que los productos ecológicos son más saludables. Los oponentes a los métodos de cría alternativos, sin embargo, afirman que los huevos ecológicos y las gallinas contienen un mayor número de patógenos que son específicos de la cría ecológica. Hasta ahora, sin embargo, apenas existían estudios científicos que ayudaran a resolver el debate.

“Queremos aclarar el asunto de una vez por todas”, afirma Johann Bauer, director de Higiene Animal de la Universidad Técnica de Múnich (TUM). Por encargo del Ministerio bávaro de Medioambiente, Salud y Defensa del Consumidor, Bauer, veterinario del Centro de Nutrición, Agricultura y Medioambiente Weihenstephan (WZW), investigó los huevos y las gallinas ponedoras de granjas convencionales y ecológicas para determinar la posible influencia del método de cría sobre la salud del animal y la calidad del producto. Con esta finalidad, su equipo viajó durante más de un año por toda Baviera visitando diez granjas ecológicas y diez granjas convencionales en cuatro ocasiones distintas y en intervalos de cuatro meses.
En cada visita, el equipo recogió al azar diez muestras de excrementos y diez huevos.

En total, los investigadores recogieron 800 muestras y 800 huevos que fueron en primer lugar examinados bacteriológicamente en el laboratorio. “Las colocamos en una solución nutritiva en placas de Petri, que introdujimos en la incubadora para ver qué bacterias se desarrollaban”, explica el Dr. Bauer. Los resultados no fueron sorprendentes. Por ejemplo, el equipo encontró que había salmonella en 3% de las muestras, y listeria en 2%. Sin embargo, los investigadores descubrieron que estos niveles eran iguales en muestras provenientes de granjas ecológicas y convencionales. Y ni un solo huevo estaba contaminado con salmonella en su interior, lo que implica que, al contrario que lo que se dice, las gallinas ponedoras y los huevos provenientes de granjas ecológicas no tienen una mayor incidencia de contaminación bacteriológica que los provenientes de granjas convencionales.

Los veterinarios de la universidad alemana incluso fueron más allá: investigaron la resistencia de los radicales bacterianos aislados a los antibióticos más típicamente utilizados en la cría de gallinas, pero también en medicamentos exclusivamente humanos. Esto lo hicieron colocando suspensiones bacteriológicas provenientes de las muestras de las granjas en unas placas que habían sido preparadas con 31 antibióticos diferentes en distintas concentraciones. De esta manera, pudieron observar la reacción de los radicales bacterianos ante los diversos medicamentos. Una comparación de los resultados demostró de forma contundente que las bacterias provenientes de las granjas ecológicas ofrecen mucha menor resistencia a los antibióticos que aquellas provenientes de granjas convencionales.

“De esta forma, comprobamos que la cría ecológica no solamente es mejor en cuanto al bienestar animal, sino que también contribuye de forma significativa a conservar la efectividad de los antibióticos en el futuro, tanto para animales como para humanos”, afirma el Dr. Bauer, director de Higiene Animal de la universidad. Después de todo, es un hecho constatado que las bacterias pueden cruzar las barreras entre los animales y el ser humano. Cuanto menor sea la resistencia de estas bacterias a los antibióticos, más efectivo resultará el tratamiento en caso de enfermedad.

Ver comunicado de prensa en inglés